viernes, 5 de febrero de 2010

EL GOZO es resultado de lo que podemos ver, no de lo que nos pasa.

En una misma semana me tocó asistir a dos sepelios; en esa misma semana, tres compañeros de trabajo tuvieron que pedir permiso para atender a familiares que estaban graves; y para rematar, me tocó ver en los noticieros unas escenas impactantes de inundaciones en nuestro querido México. Eso sin mencionar las terribles escenas que todos presenciamos de la reciente tragedia en Haití. Definitivamente vivimos en un mundo lleno de dolores y pérdidas.

Al leer la carta a los filipenses, al menos cuento 12 veces la palabra gozo. Pablo era un hombre de carne y hueso; estaba prisionero, experimentó privaciones y sufrió la calumnia y el ataque de sus enemigos; pero es claro que tenía sus ojos puestos en lo eterno, lo cual le permitía proseguir al blanco con gozo. Me lo imagino como un corredor de maratón que ya alcanza a ver a lo lejos la meta; seguramente cada paso que da es una tortura pero disfruta el momento porque cada paso lo acerca más a la meta. Pablo vio a Cristo mismo del otro lado de la meta y eso le permitía poner en una sana perspectiva sus pruebas y dolores.
Claro que también experimentó la tristeza. Como humano sentía en su carne la pérdida y así lo expresa claramente al hablar de Epafrodito, (2.27-28), pero su corazón se mantuvo gozoso. Momentos de tristeza pero una vida llena de gozo.

Al pensar en la relación entre lo que vemos y el gozo, me fue de especial bendición el libro El Cielo para niños, de Randy Alcorn. Lo llevé un día a casa y se los empecé a leer a mis hijos. El libro muestra, con una fuerte base bíblica, cómo es el cielo. Mis pequeños ni parpadeaban y hasta me pidieron que les siguiera leyendo. Creo que todos los niños, y los padres, deberíamos leerlo.


Regocijaos en el Señor siempre.
Otra vez digo: !!Regocijaos!

domingo, 29 de noviembre de 2009

Lectura y Libertad

La libertad es uno de los dones divinos menos apreciados... hasta que nos vemos prisioneros. Aquellos que han caído en la cárcel, la persona que sufre un secuestro; la mujer amenazada y golpeada por su marido; el adolescente presa de las drogas o el hombre esclavizado por deudas a través de una “inofensiva” tarjetita de plástico, son ejemplos reales de lo que vale la libertad.

Perder la libertad es muy fácil, recuperarla, generalmente es costoso y doloroso. Este asunto se torna de dimensiones cósmicas cuando consideramos el precio que Dios tuvo que pagar para que nosotros recuperásemos la libertad. No la menospreciemos. Georges Bernanos ha llegado al punto de declarar: “El escándalo del universo no es el sufrimiento sino la libertad”.

La verdad es que todos le tememos a la libertad. Bernard Shaw dijo: “La libertad supone responsabilidad, por eso la mayor parte de los hombres la temen tanto”. Son aquellos que evaden su responsabilidad y prefieren vivir en la pobre comodidad de no ejercer su libre albedrío aun al costo de una esclavitud miserable; haciendo sólo lo que otro le manda o permite hacer. Son como el pueblo de Israel que después de sufrir una esclavitud denigrante y penosa preferían regresar antes que enfrentar la responsabilidad de ser libres.

La libertad física es la más evidente pero no la única, ni siquiera la más valiosa. Tanto así que da pie a innumerables paradojas: como la de aquellos que han experimentado la libertad dentro de una cárcel; tal como lo experimentaron Pablo y Silas. En contraste encontramos a millonarios y famosos que han perdido el rumbo y pensando ser libres, han caído presas del libertinaje. Paris Hilton o Britney Spears son solo un par de ejemplos de una larga lista. Coincido plenamente con la definición que da Ramón de campoamor de la libertad: “La libertad no consisten en hacer lo que se quiere sino en hacer lo que se debe”.

Una forma de esclavitud poco evidente es la esclavitud mental. Dios nos dotó con la capacidad de razonar y con base en ella decidir. Ser libre implica tomar decisiones con plena responsabilidad; buenas o malas pero al fin mis decisiones. Dios respeta lo que yo decido, incluso a pesar de que eso signifique sufrimiento para él y para mí. De hecho, la esencia del ser humano es la capacidad de dirigir la propia vida. El ser humano elige, los animales y los robots reaccionan.

No somos resultado del pasado, producto de los genes, resultado del trato o las decisiones de otros. Este pensamiento puede ser incomodo porque nos hace responsables de nuestra vida, pero es la verdad. En medio de la más horrible dictadura, siempre ha habido gente que ha aceptado el reto de tomar las rienda de su propia vida: Ghandi, Martin Luther King, Dietrich Bonhoeffer, Gladys Aylward, Hellen Keller, Joni Eareckson y muchos otros.

Como dijera Stephen Covey: “Entre estimulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio reside nuestra libertad

y nuestra facultad para elegir la respuesta. En estás elecciones reside nuestro crecimiento, felicidad y destino”.

Aquí precisamente entra el tema de la lectura. Todo aquello que nos es desconocido genera temor y el temor esclaviza. ¿Recuerdas cuando eras niño y te encontrabas en un lugar oscuro? Automáticamente venían los nervios y en ocasiones el llanto. No sabíamos lo que había a nuestro alrededor y eso nos paralizaba. La buena lectura es como una luz que ilumina nuestra realidad y nos libera.

Por cierto, actualmente estoy leyendo el libro “Conozca la voluntad de Dios” de Jerry Sittser. Muy recomendable.